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De vez en cuando, algún amigo o incluso familiar me pregunta si le podría hacer terapia. Suelen ser peticiones acompañadas de un “ya sé que no puedes”, y yo contesto: “exacto, no puedo… y tampoco quiero”.

 

¿Por qué es terapéutico ir al psicólogo?

 

El psicólogo… ese ser al que puedes contarle cualquier cosa, por extraña que sea, y jamás va a poner cara de susto. Esa persona neutra, que no tiene ninguna relación con nadie de tu familia ni de tu círculo de amistades, ni puede juzgar cómo te comportas en diferentes ámbitos de tu vida por haber estado presente. Ese terapeuta que solo te conoce por lo que le cuentas y por los conocimientos que tiene sobre la mente humana y las emociones y a quien, de entrada, le caes bien. Y, especialmente, esa persona que te dice las cosas de una manera que no te molestan.

Como ya habrás deducido, hay algunos de los efectos terapéuticos de acudir a un psicólogo que son incompatibles con la amistad.

Además, hay otros problemas que pueden surgir si mezclamos ambos conceptos:

 

¿Qué problemas incómodos son esos?

 

1. El psicólogo está trabajando y hay que pagarle por ello

Hacer terapia a alguien no es como ir a tomar un café con un amigo. Requiere un esfuerzo enorme, segundo a segundo, un trabajo de análisis, estructurar continuamente el diálogo, dirigir la conversación, recuperar el núcleo del diálogo, medir cada una de las palabras, analizar el lenguaje no verbal, tener presentes todos los conocimientos que tienes sobre el tema, poner en práctica las diferentes técnicas y… todo esto, sin que se note mucho. Ese esfuerzo tiene un precio y, aunque estés dispuesto/a a pagar, no faltará ese pensamiento en tu mente de “me podría hacer un descuento” o “se supone que, como amigo/a, debería escucharme sin cobrar”.

Por otra parte, ¿y si el psicólogo algún día tiene algún problema personal y necesita un amigo? ¿Estarás ahí o pensarás “si yo le pago por escucharme, no es justo que él no me pague a mí”? Es decir, tendríais una relación en la que tú pagarías por ser escuchado/a, pero tendrías que escuchar gratis a esa persona.

Una vez, en una peluquería, mientras la peluquera me cortaba el pelo, me dijo: “¿Eres psicóloga? ¡Te voy a contar un problema!” y estuvo unos 30 minutos hablando. Cuando terminó su trabajo, todavía habló 2 minutos más. Entonces miró hacia el espejo y dijo: “Son 50 euros”. Me dieron ganas de decirle que lo mío también, pero entendí lo absurdo de la situación y tuve que callarme. Como no habíamos dicho específicamente que eso era una situación terapéutica, como no estábamos en una consulta y no había protocolos de por medio, mi trabajo no tenía valor para ella. Y por supuesto me esforcé en mi trabajo, pero no había el vínculo adecuado entre nosotras.

 

2. Conoces parte de la vida de tu psicólogo y eso puede coartar tu libertad de expresión

Quizás ese día te apetece quejarte de que no te llega el dinero para irte de vacaciones, pero sabes que tu psicólogo tiene un familiar cercano con graves problemas económicos, así que no lo haces. O sabes que tiene problemas de pareja en ese momento y tú querrías compartir que a ti te va divinamente. También puede ocurrir al contrario: necesitas desahogarte sobre algún tema en el que consideras que tu psicólogo tiene buena suerte y tú no, tienes sentimientos encontrados sobre ello y no quieres admitir que estás mal en ese aspecto.

Te sentirás mucho mejor, y más libre, si no sabes nada personal de tu terapeuta.

 

3. No puedes mentirle pero tampoco contarle toda la verdad

Quizás quieres quejarte de la falta de empleo, pero tú y tu psicólogo sabéis que hace un año que no envías ningún currículum. Con cualquier otro psicólogo la conversación podría ser así:

-No hay trabajo y por eso estoy todo el día sin hacer nada.

-¿Cuántas horas al día dedicas a buscar trabajo?

-Bueno, la verdad es que no muchas.

La pregunta del psicólogo, si este fuera tu amigo y conociera tu verdadera situación, podría sonar irónica y resultarte molesta. Y probablemente tú insistirías y seguirías con la mentira. No obstante, en una sesión con un terapeuta desconocido, esa misma pregunta te invitaría a la reflexión e incluso podrías acabar riéndote de ti mismo.

Por otra parte, si por ejemplo le cuentas a tu amigo/psicólogo que estás haciendo algo que es malo para tu familia (y resulta que conoce y quiere a tu familia), es posible que le sea complicado centrarse en el verdadero problema. Así que lo que quieras contarle estará continuamente filtrado por vuestro vínculo amistoso, y no le dirás ni la mitad de lo que piensas.

 

4. Te importa su opinión personal

Somos humanos, y seres sociales, y por tanto nos importa lo que los demás piensen sobre nosotros. Si además se trata de nuestros amigos o conocidos, esa opinión (al menos, en la mayoría de los casos) se vuelve más importante. Eso acabará por destrozar la neutralidad del vínculo terapéutico porque, en tu mente, ya no estarás hablando con una persona que no vaya a juzgarte. Además, acabarás preocupándote por si tus problemas (o acciones, o recaídas) le afectan personalmente.

En cambio, si estás con un psicólogo que no es tu amigo, no tendrás miedo a frases como “te lo dije” o “si sufres yo también sufro” (que probablemente tu amigo tampoco te dirá, pero tu miedo estará ahí y entorpecerá la comunicación).

 

5. Quizás te tomes sus consejos como una manipulación

Será inevitable. Si tu amigo-psicólogo te sugiere alguna solución que no te gusta, no pensarás que eso es bueno para ti, pensarás: “¿Qué interés puede tener en que haga esto? ¿Cuál es su intención? ¿Por qué me lo está diciendo? ¿Quiere manipularme para que haga lo que él quiere?”

En cambio, con otro psicólogo, sabrás que su única intención es que mejores y que estés contento con su trabajo. Tendrás claro que vais en la misma dirección.

 

6. Querer que tu amigo sea tu psicólogo podría significar que no estás realmente comprometido con el cambio.

Una vez, una vecina me dijo que estaba muy deprimida y que, como yo era psicóloga, igual la podía ayudar. Fue algo así como:

Ella: -¡Uy, hola! El otro día pensaba en ti. Ya que eres psicóloga, ¿no me podrías aconsejar algo para la depresión? Es que últimamente estoy bastante decaída.

Yo: -¿Has pensado en ir al psicólogo?

Ella: -No tengo tiempo ni dinero para eso. ¿No me puedes aconsejar nada?

Yo: -Bebe agua, aliméntate bien, toma el sol. Rodéate de la gente que te quiere y mantén tus aficiones.

Ella: -Bueno, pero eso ya lo sé yo. ¿No hay alguna técnica o algo más?

Yo: -Quizás podrías pensar en hacer algunos cambios en tu vida.

Ella: -Ahora mismo no quiero hacer cambios. ¿De verdad no me puedes decir nada?

Es una situación muy frustrante: alguien te pide que te esfuerces en solucionar sus problemas pero no está dispuesto a poner ni un mínimo de su parte en ese trabajo. Son patrones del tipo: “Quiero desahogarme. Se lo cuento todo a mi amigo-psicólogo. Invalido cada solución. Aviso de que no voy a hacer nada. Sigo con lo mío. Quiero desahogarme.” Etc. Y ese patrón es algo humano. Pero en esa situación y esas condiciones, ni yo puedo trabajar ni el paciente puede curarse.

Cuando alguien acude a una consulta con un terapeuta, la dinámica es diferente. En primer lugar, ese alguien está aceptando la posibilidad de conectar con el problema, aceptar que existe, y está dedicando un tiempo y un esfuerzo a curarse. Está, por tanto, poniendo de su parte y haciendo un cambio. Y, en esas circunstancias, con un vínculo neutro y haciendo un esfuerzo mayor al que haría en una situación amistosa, no va a decir que no quiere cambiar nada. Va a intentar aprovechar las sesiones, ya que no le estarán saliendo gratis en ningún aspecto.

También es común, como se ve en el ejemplo, que la gente pida “soluciones mágicas”. Es decir, una solución para su problema, que no pase por pagar y que descarte toda la parte terapéutica del diálogo. Una solución racional y lógica que no se les hubiera ocurrido antes. Pero, cuando les das unas cuantas opciones, estas personas se muestran insatisfechas y reacias a llevarlas a cabo, ya que no están realmente dispuestas a iniciar ningún proceso. Es en esas ocasiones cuando el amigo-psicólogo se ve forzado a “trabajar” en las condiciones y los límites que le exige el amigo, pero sin cobrar por ello y a cambio de respuestas como “No quiero hacer ningún cambio”, “En realidad he exagerado, mi problema no es tan grave”, “Eso yo ya lo sabía”, “No creo en la psicología” o “No me ha servido de mucho pero gracias por intentar ayudarme”. Es decir, un trabajo obligatoriamente mal hecho y a cambio de nada.

 Ir al psicólogo tiene resultados eficaces cuando el vínculo es neutro y está bien construido, el espacio y el tiempo de la terapia están delimitados, te sientes en confianza, el psicólogo tiene un buen conocimiento de la materia, de las diferentes técnicas y programas de tratamiento y estás decidido/a a involucrarte (o, al menos, intentarlo) en el proceso. -       

Por eso, si tienes un amigo psicólogo, recuerda no ponerlo en esa tesitura… ¿por qué lo eliges a él? ¿Porque ya tenéis confianza? Esa no es una buena razón y no es bueno para ninguno de vosotros. Hay miles de terapeutas y seguro que habrá uno que se adecue exactamente a tus preferencias.

Por cierto… ¿te ha ocurrido que, sin ser psicólogo, alguien te ha tomado por tal y tienes ese rol en la relación? Es algo muy común y que quizás te haya llevado a decir alguna vez “¡Yo no soy tu psicólogo!” en un intento de recuperar la pureza del vínculo de la amistad. ¿Por qué crees que te ocurrió eso y cómo lo viviste?

 

¿Te ha gustado este post? ¿Has estudiado psicología y te ocurren esas cosas? ¿Te sitúas en un rol de cuidador en tus relaciones? ¿Piensas que sí es viable mezclar una cosa y la otra? Cuéntanos tu experiencia y deja un comentario.

¡Ah! ¡La imagen la conseguí en el enlace <a href=’https://www.freepik.es/vectores/personas’>Vector de Personas creado por pch.vector – www.freepik.es</a>!

 

¡Un abrazo!

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